La promoción de los productos de calidad, los llamados de gama alta o gourmet, inciden en un modelo de consumo que se ha impuesto en los últimos años. Frente a las economías de escala y las producciones de gran rotación, estos alimentos, vinculados a las tradiciones y a la historia de nuestros pueblos, permiten a los consumidores rememorar el sabor y las costumbres de las zonas rurales. En cambio, para el productor evadirse de un mercado masivo y extraordinariamente competitivo que dificilmente podría ofrecer una oportunidad estable de negocio comercial. Los productos locales se han conformado como uno de los pilares estrátegicos en los que pivota el desarrollo social, ese instrumento multifuncional que se nos vende como el salvador de los tiempos y que dará a los agricultores y ganaderos la oportunidad de cambiar la azada por el ordenador o la gorra por la bata blanca inmaculada de industrial cárnico. Calidad, diferenciación productiva, sostenibilidad o ecología son palabras que no faltan en la boca del predicador enrolado en proyectos de reforma del desarrollo rural. Si embargo, aunque la especialización productiva nos lleve a un cambio en la fisonomía del paisaje y a una transformación de la imagen de nuestros pueblos debemos de considerar el poco dinamismo del que partimos, unido a la escasa capacitación y además en estos tiempos que corren con la falta de liquidez. Ya parece que ha quedado atrás las directrices de una agricultura moderna y competitiva para dar paso a la agricultura que cuide del ecosistema, este cambio especialmente significativo se acerca más a la realidad de los próximos años.
Y tampoco se debe olvidar que aunque el productor realice un esfuerzo importante para atender y adaptarse a la demanda del consumidor, este en los tiempos que corren de perdida de poder adquisitivo lo invita a comprar el bolsillo y no el paladar.
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