lunes, 29 de junio de 2009

Tenemos frío






La bajas temperaturas en las noches y mañanas iqueñas me están pasando factura. Un frío seco e intenso castiga a los moradores de los asentamientos humanos sin reparar entre niños y adultos, todos por igual sufren índices cercanos a la congelación en cuerpo y alma. Ayer en la tarde, como si de una legión de hormigas se tratase,los pobladores del asentamiento Tierra Prometida (procedentes de Cachiche) se apresuraban al traslado del ripio y el cemento que permitirá la construcción de una guardería para el acogimiento de sus hijos. Nunca antes había asistido a un compromiso de trabajo en pro de la colectividad tan elevado, tal vez qué, el parámetro de pobreza del que sufren estos ciudadanos roze niveles de absoluta miseria, lo que propicia un elemento de cohesión común dirigido a superar ese frente de calamidades asentado, ya por mucho tiempo, entre estos desafortunados de la vida.

Cuando regresabamos de San Juan, lugar donde se desarrolló la campaña médica en la tarde de ayer, apareció como tema de conversación el frío del que eramos portadores, la ligereza de nuestra indumentaria para nada dispuesta a combatir la gélida temperatura nos invitaba a pronosticar la terrible noche que les esperaba a los cientos de familias asentadas en este paraje con nombre bíblico. Las aireadas esteras construidas de caña conforman las paredes de sus moradas, los más afortunados cuentan con algunos metros de plástico con el cual recubrir los 10 metros cuadrados, superficie media de construcción, del que disponen las chozas. El suelo de mármol es sustituido por la fina arena de las dunas y el paupérrimo mobiliario sólo lo compone un colchón de paja ahuecado compartido por todos y cada uno de los miembros que conforman las numerosas familias. No hay nada, ni televisor, ni sofá, ni mesita de noche, ni lavavajillas, ni cortinas, ni lámparas, no hay nada de nada, ni tan siquiera lo más mínimo para que con una ligera privacidad se puedan llevar a cabo las necesidades biológicas del ser humano. Ya a la entrada del convento, mi compañera de expedición Mari Trini sentenciaba con voz desgarrada y con las lágrimas a flor de piel "los animales en españa viven mejor que esta pobre gente".

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